*Sin dejar su servicio sacerdotal, Deisson Ramiro Mariño trabaja desde hace 10 años con ese ente.
*Desde el pasado 23 de noviembre, Deisson Ramiro Mariño Gómez, se convirtió en el primer Defensor regional del Pueblo del país que también es sacerdote.
*Mariño Gómez, de 44 años de edad, natural de Sativasur (Boyacá), un hombre enérgico, de acciones concretas que en su vida le han permitido construir parroquias e incluso salvar un pueblo del inminente ataque paramilitar, fue nombrado para ocupar ese cargo en el departamento de Arauca.
Camina lento, como midiendo cada paso. También habla pensando las frases; pero en realidad es un hombre enérgico, de acciones concretas que en su vida le han permitido construir parroquias e incluso salvar un pueblo del inminente ataque paramilitar.
Deisson Ramiro Mariño Gómez, al tomar juramento del Defensor del Pueblo, Carlos Alfonso Negret Mosquera, se convirtió desde el pasado 23 de noviembre en el primer defensor regional que también es sacerdote. Un honor ganado a pulso, impulsado por su vocación de servir a los demás.
Desde cuando era niño y con sus padres y cinco hermanos trabajaban una parcela en Sativasur (Boyacá), quiso colaborar con la iglesia en su pueblo, la parroquia del Señor de los Milagros.
“Mi familia era muy religiosa, entonces estuve en la infancia misionera, en la juventud misionera y también fui catequista. Pero fue cuando culminaba mi bachillerato en el colegio Señor de los Milagros que llegó un promotor vocacional y me vinculé a la Diócesis de Arauca”, dice el padre Deisson, como lo conocen en la Regional Arauca.
Una vida mundana se le presentaba como otra opción, pero aquel muchacho que en 1992 tenía solo 19 años decidió dedicarse de cuerpo y alma al estudio de la filosofía y la teología.
“Con la ayuda del sacerdote promotor y del párroco del lugar, me hicieron ver que irse al seminario no era ser sacerdote, sino iniciar un camino de discernimiento. Me dijeron: ‘Dios le va a mostrar la luz necesaria para que pueda tomar una decisión’. Y así fue. Luego siguieron los estudios en Bogotá y Villavicencio, y un año de servicio pastoral en Puerto Rondón (Arauca), en 1996”, explica el Regional Arauca.
Otros misioneros le preguntaban: “¿De verdad quiere ser sacerdote para Arauca?”. Buscaban que se cuestionara, que estuviera convencido de una vocación de servicio a pesar de las duras pruebas. “Una etapa difícil fue en Puerto Rondón. En mi tierra natal se vivía la violencia, pero no tan cruel. En ese año veíamos los muertos en la carretera, teníamos enfrentamientos, hostigamientos a la Policía. La casa cural estaba al lado de la Policía. Yo dormía en un segundo piso y cuando escuchaba los primeros disparos, nos tocaba ir a la zona de refugio, que era un cuarto de atrás”, recuerda el padre Deisson.
En 1997 lo enviaron a Villavicencio (Meta). En ese año ocurrió la masacre de Mapiripán y fue con los desplazados de esa tragedia y con la orientación de Pastoral Social de Villavicencio, que tuvo su primera labor humanitaria con víctimas de la violencia armada.
“Estaba en el seminario Mayor de Los Llanos Nuestra Señora del Carmen y empiezo a acompañar a esas familias. Era algo nuevo el tema de los derechos de la población desplazada. Ellos me decían: ‘Lo tenía todo, mi finca, mis animales, mi cultivo y ahora no tengo nada… estoy mendigando’. Y así empecé a unir mi vida sacerdotal con el conflicto”, dice el padre Deisson, mientras sujeta con su mano derecha la cruz de madera que siempre lo acompaña.
En esa época, algunas familias carentes de vivienda invadieron terrenos cerca de Villavicencio y junto con la oficina jurídica de las Pastoral Social de Villavicencio, los ayudó a instaurar acciones de tutela. “Ahí descubrí la importancia del derecho”.
Participó en las Semanas por la paz y acompañó a la comunidad para solucionar problemas sociales, mientras su labor religiosa avanzaba. “El 29 de abril del 2000, durante el Gran Jubileo, el año de la Redención, mi Obispo, monseñor Arcadio Bernal, me ordena Diácono, sacerdote en primer grado, en la Catedral Santa Bárbara de Arauca; y el 11 de noviembre, como presbítero sacerdote en segundo grado. Eso fue en mi natal Sativasur”, explica el padre Deisson.
De esos días recuerda el calor agobiante de Arauca, la falta de carreteras y las necesidades de una comunidad agolpada en la parroquia de La Esmeralda, en Arauquita: “Asumí como vicario cooperador. Me decían que tuviera mucha prudencia en la región. Acompañé a la gente en algunos procesos de reivindicación de derechos, visitaba a las comunidades veredales y me decían: ‘Mire que la escuela se está cayendo… las vías están mal’, y yo hacía los contactos para que la Alcaldía solucionara. Pero allá duré menos de un año”.
Y a pesar de que lo trasladaron a otra comunidad, la naciente parroquia del Sagrado Corazón de Jesús en la antigua inspección de Aguachica, zona rural del mismo municipio de Arauquita, su trabajo era similar, “formar comunidad, escucharla en tiempos de violencia”.
“Un día me llamaron para bautizar a un bebé de unos campesinos que no podían ir a la Iglesia, y resulta que cuando llego a la finca veo a varios hombres armados. Se trataba del hijo de un comandante… los oficios religiosos no se pueden negar”, cuenta el padre Deisson, ahora de 44 años de edad y 17 como sacerdote.
“En el 2001, como párroco, me hacen responsable de la Parroquia San José, en la inspección de Panamá de Arauca, en Arauquita. Resultó una parroquia bastante difícil por el acceso, porque no había comunicación telefónica y la autoridad era la guerrilla… yo iba solo. En el 2004 hubo una amenaza de incursión de los grupos paramilitares, el Obispo me dijo que pidiera ayuda de la institucionalidad y fue cuando empecé los contactos con la Defensoría del Pueblo, en donde me ayudaron y al siguiente día hicimos una jornada con todas las autoridades. Así logramos frenar la posible incursión”.
Durante tres años siguió su contacto con la Entidad. En el 2007 escuchó un mensaje radial para una convocatoria laboral en la regional Arauca. Fue a la sede a buscar el trabajo para un hermano, pero por consejo de un funcionario, y con el aval del Obispo, terminó presentando su hoja de vida.
“Entre 2004 y 2007 tenía cercanía con la Defensoría y es cuando se da la guerra de Farc y ELN. Hablaba con los grupos armados porque uno se los encontraba en la carretera; pero la arrogancia de las armas es terrible. Les pedimos que no se mataran, pero ellos pensaban en violencia. Fue duro ver gente que moría, algunos muy cercanos o cercanos a la Parroquia, profesores, líderes, campesinos. Esta Diócesis ha sido víctima colectiva del conflicto armado. Entonces tenía dos opciones: o me voy porque mi vida está en riesgo o asumo quedarme y cumplo la tarea que incluso los sacerdotes asesinados venían haciendo. Y como algunos se fueron, yo decidí quedarme. Me dije: ‘cuando se vaya toda la gente, me voy; pero si se quedan, me quedo’”.
Él decidió hacerle frente a la violencia por dos frentes: con la Iglesia ayudando a las almas y en la Defensoría del Pueblo con la labor humanitaria.
Este teólogo, egresado de la Universidad San Martín, Especialista en Derechos Humanos de la ESAP y con un Master en Teología Moral, específicamente en Doctrina Social de la Iglesia, DSI, de la Pontificia Universidad de Salamanca (Madrid), desde hace 10 años ha trabajado como analista del SAT, sin dejar su servicio sacerdotal. Por su doble labor fue trasladado a Arauca, la capital, con la misión también de organizar la oficina local de Cáritas o Pastoral Social, que es el servicio Social y Humanitario de la Iglesia Católica.
Pastoral Social no fue un reto pequeño. El padre Deisson logró la vinculación y la cooperación de varias organizaciones internacionales que ayudaron a visibilizar la tragedia humanitaria de Arauca, como también a satisfacer necesidades básicas en la población víctima, que en ese departamento llega a 100.000 personas.
Ahora, dice que como Regional Arauca, no descuida a su comunidad. Después de dejar organizada y fortalecida la Pastoral Social, atiende a una comunidad parroquial naciente, la Medalla Milagrosa. Allí, cada domingo celebra la Eucaristía y encomienda a Dios no solo a sus fieles, sino también a los usuarios de la Defensoría del Pueblo