Apenas arranca este 2024, con nuevos propósitos, nuevas metas y para nuestro territorio los mismos desafíos. Los mandatarios posesionados recién empiezan a mostrar sus maneras a la ciudadanía, siendo por ahora mucho más el despliegue mediático que las soluciones de fondo propuestas. Es normal, hay que advertirlo: los cambios estructurales requeridos demandarán mucho tiempo y esfuerzo de todos nosotros.
Sin embargo, hay un hecho que desde finales del año pasado viene suscitando expectativa y hasta polémica en nuestra comunidad. En el último trimestre se ha venido presentando la apertura de varias superficies comerciales de mediano y gran tamaño, en lo que algunos consideran un hito económico y social, mientras que otros tantos lo perciben como una amenaza para nuestro ya golpeado sistema productivo. No es un aspecto fácilmente discernible, las valoraciones ideológicas no están exentas de sesgos, mientras que la profusa literatura disponible no ofrece una definición concluyente respecto al impacto de este tipo de procesos en economías subdesarrolladas.
Esta última salvedad, no es óbice para no hacer algunas reflexiones generales al respecto. Aclarando que más allá de asumir una postura a favor o en contra, las presentes líneas pretenden, tal como se manifiesta desde el título, advertir que la magnitud y la orientación de los impactos se definirán por algunos detalles trascendentales.
Empecemos entonces.
En primer lugar, por resaltar algo que cada vez se empieza a hacer más evidente. El proceso de urbanización de la Ciudad de Arauca es un hecho incuestionable, que tiende a acentuarse cada vez más. Desde el punto de vista de la estructuración de políticas públicas de desarrollo, significa que la respuesta a los problemas cotidianos de seguridad y producción, así como a los grandes desafíos en salud pública y bienestar social que afrontamos los araucanos, radican en intervenciones urbanísticas concretas. Esto básicamente obedece a consideraciones de optimización de las inversiones públicas en términos de Pareto: en el entendido que, de acuerdo con la cifras del DANE, aproximadamente el 85% de la población habita en el área urbana. Poniéndolo en términos más castizos, las verdadera soluciones estructurales, solo pueden ejecutarse donde las problemáticas tienen mayor incidencia, que normalmente suele ser donde más densidad demográfica hay.
En un ámbito económico más concreto, es necesario advertir algunos detalles respecto a las nuevas inversiones realizadas. En primer lugar, aunque pudiese parecer redundante, hay que afirmar que el impulso generado por este tipo de inversiones es positivo para la transformación de la ciudad, parafraseando un poco a nuestro campeón Pambele: es mejor tener inversiones que no tenerlas. No obstante, el impacto final de estos proyectos de inversión, dependerá en gran medida de una dinámica de desarrollo ampliamente destacada por Albert Hirschman: los encadenamientos. Renunciando a propósito a la jerga técnica y corriendo el riesgo de simplificar demasiado, quisiera definir estos encadenamientos como la relación y el impacto de estas cadenas comerciales con los circuitos productivos locales. Es decir, la posibilidad de que los productores araucanos puedan ser proveedores de estos negocios. Anticipándome un poco a muchos de los opinadores de oficio en redes sociales, quisiera decir tajantemente que de ninguna manera es algo que se pueda lograr con la firma de un decreto o con la intervención directa de las autoridades locales. Por el contrario, en este aspecto, debe plantearse un trabajo articulado entre los productores, los gobiernos locales y estas mismas cadenas, para fortalecer los procesos productivos en sus condiciones de calidad e inocuidad, así como para promover dinámicas de innovación para la agregación de valor, en un contexto en el que tanto los riesgos como los beneficios sean compartidos.
Por último, no debe desconocerse el impacto que, ya están teniendo y que probablemente seguirán propiciando, estas inversiones sobre la morfología urbana del territorio, particularmente en lo relacionado con la movilidad y el transporte. Aquí, siguiendo lo planteado por la arquitecta Natalia Escudero Peña en el libro Movilidad Urbana y Ciudad Sustentable, es de esperarse que la prevalencia de un modelo de desarrollo urbano que prioriza los requerimientos del aparato productivo, por encima de la necesaria consolidación del tejido humano, termine socavando las posibilidades de que los ciudadanos puedan ejercer efectivamente sus derechos. Acudiendo una vez más a términos más parroquiales, de no hacerse nada al respecto, es altamente probable que en Arauca, al igual que ha pasado en muchas otras ciudades del mundo, se terminen imponiendo los automóviles por sobre los ciudadanos. Desde ya hay que advertir contra los cantos de sirenas que exigirán más vías y de mayor tamaño, reclamando una gestión inteligente y audaz de la movilidad. Desde ya, hay que hacer un llamado, respetuoso pero altivo, para que las inevitables transformaciones de la morfología urbana, no terminen consolidando ciclos de exclusión que solo pueden terminar en mayor miseria e inseguridad.
Sin ánimo de exagerar, quisiera terminar diciendo que este momento nos estamos jugando el futuro de nuestra ciudad. No tengo dudas de que las acciones u omisiones que se lleven a cabo en la actualidad, definirá la calidad de vida de los araucanos al menos en los próximos 20 años. Es un compromiso de todos, pero particularmente de nuestras actividades, de ahí un último llamado respetuoso: ¡menos Tik Tok y más acción!