El caballo, a través de la historia, ha sido y seguirá siendo un aliado de hombres y mujeres del llano adentro. Como medio de transporte, gestor de la independencia de América y fiel confidente para llaneras y llaneros, a quienes cuentan pensamientos y secretos de romances vividos por quienes se apoyan en él para encontrarse con sus enamorados o enamoradas.
Hoy por hoy este ejemplar ha sido desplazado por la bicicleta, la moto, el carro e incluso por otros caballos de razas mejoradas como el cuarto de milla, entre otros, que si bien son muy hermosos y corpulentos, no compara la resistencia y la nobleza del caballo criollo llanero. Por ley natural, el caballo criollo es el único equino que no cubre a sus hijas potrancas, un ejemplo ético y moral que incluso algunos humanos no han seguido. A nuestros días es muy difícil mirar los grandes atajos de yeguas que, orientadas por un padrote, recorrían tranquilamente los bancos, esteros y calcetas de la inmensa llanura.
Personalmente, me duele ver el pago que muchos llaneros le dan a tan preciado animal, después de suplirse de sus servicios los venden a cualquier precio a los charcuteros para que los sacrifiquen y se los vuelvan a vender a ellos mismos convertidos en salchichas, y de esto no se escapan ni las yeguas, después de ayudar con sus vientres al enriquecimiento y trabajo de quienes los condenan a una muerte despiadada.
Antes de que el llanero conociera el lazo de fique, la piola de algodón y el nailon, producto del petróleo, empleaban las crines y las cerdas de caballos y yeguas para fabricar los aperos de cabeza, la cincha, el cabresto, el fiador, el barbiquejo, los colgaderos e incluso el cinturón, todo esto sin causar ningún perjuicio al animal. ¿Qué pasó ahora? Pues que la modernidad acabó con esas costumbres, al punto que ya son muy pocos los llaneros que saben fabricar estos utensilios que hoy se subastan a altos precios en las casas de artesanías, como lujosas prendas decorativas.
Pero es que no hay más ciego que el que no quiere ver, es que las personas pagan más por un cabresto de cerda que lo que paga el charcutero por un caballito viejo, y es aquí donde está la salvación del caballo criollo. Si por un caballo el charcutero da 100,000 pesos y con la cerda de 4 caballos criollos se fabrica un cabresto o 20 barbiquejos que cuestan 300,000 pesos, entonces ¿por qué no se hace eso y quedan los cuatro caballos vivos que bien a los 8 meses pueden dar otros 300,000 pesos o más, y si son yeguas por lo menos darán 2 potros que bien en un año pueden valer 600,000 pesos o más? Sí, es cierto que todo lo que nace muere, pero como decimos los llaneros, es mejor morir de muerte natural y no que otro carajo lo mate antes de tiempo, ¿cierto que sí? ¿Y no creen ustedes que el caballo también merece lo mismo, después de haber servido tanto al hombre?
Si le suena la idea como decimos por aquí, entonces póngale atención a lo siguiente: Estusar un caballo es peluquearle la crin y la cerda, la crin es la del cuello y la cerda es la de la cola, claro hay que tener precaución y dejarle algo de cerda para que el animal pueda plaguear o espantarse los zancudos y mosquillas. Las crines y la cerda se recogen por separado, de la cerda se fabrican el cabresto, la cincha y los colgaderos y de la crin los demás utensilios.
Cerda y crin se lavan con agua y jabón y se colocan a secar al sol, después de secas se escarmenan. ¿Cómo se escarmenan? Muy fácil, se extiende una manta o cualquier otra cosa similar, se toma la cerda con la punta hacia afuera y se van sacando los cadejos uno a uno y se dejan caer sobre la manta de punta en la misma parte siempre dejando o desechando las partes muy cortas, terminado esto, se recoge enrollando de manera que quede un rollo horizontal, se amarra suavemente para que no se desenrolle y se vuelve a colocar al sol. Después se hace una gasa con una de las puntas y según el grueso que se desee el hilo, se amarra a la tarabita que es una tabla o paleta incrustada en un cabo de manera que gire y se emplea como torno, una persona gira la tarabita y la otra va echando el hilo. Según el largo deseado para el cabresto, se hace el hilo cuatro veces más largo y luego se dobla en cuatro partes, dejando las dos puntas para un solo lado. En ese lado se amarra la tarabita y se deja colgar. Mientras gira, se sigue dando torcido y se va templando sin que se entorche. Finalmente, se tiempla y se talla en un horcón. Listo para estrenar el cabresto. Y los caballitos siguen vivos y echando crin y cerda para otro cabresto, hasta que la naturaleza les diga que su tarea está cumplida y deben convertirse en abono para la sabana.
Óscar Quintero Sánchez, cantante, compositor, historiador y filósofo llanero, “el legendario coplero colombiano”.