“Cuando yo me muera, que suenen mil guitarras/que canten las cigarras y que no haya lamentos/también que venga el viento/que pase por mi tumba/ llorando aquel amor que la muerte hoy derrumba
Esa es la letra de ‘Cuando yo me muera’, bolero ranchero de Rodrigo Silva Ramos, quien al mediodía de este lunes falleció en Ibagué, luego de luchar como nadie contra un cáncer en la boca, paradójicamente su principal atributo musical, además de los más de 30 instrumentos que manejaba.
Como lo pedía su canción, las guitarras ya se estaban afinando y las cigarras aparecieron. El desfile lo encabezaron aquellos grandes que un día cantaron con él: María Dolores Pradera, Javier Solís, Carlos Julio Ramírez, Berenice Chávez, Daniel Santos, Los Cuyos, Los Panchos, Antonio Aguilar, los hermanos Martínez y Alicia Juárez.
Los maestros José A. Morales y Jorge Villamil Cordobés estarán componiendo y en el piano lo espera nada más ni nada menos que Jaime Llano González. También estarán ahí Garzón y Collazos y el humor de Emeterio y Felipe. Rafael Escalona, atento. No podrán faltar aguardiente, tequila, ron, ginebra, whisky y un brandi para aclarar la voz. Lechona, tamales y achiras de su tierra tolimense cortarán el efecto del licor para la larga jornada de reencuentro en el más allá. Muchos quisieran una rendija para ver ese concierto póstumo.
Viejo Tolima para el mundo
Silva nació en Neiva el 14 de noviembre de 1944, de papá ibaguereño y mamá de Neiva. Era el menor de diez hermanos, cinco hombres y cinco mujeres. Su padre, Julio, murió cuando Rodrigo tenía un año y medio. Su madre se fue a trabajar en la Imprenta Nacional, en Bogotá, y al niño Rodrigo lo enviaron a donde su tío, el médico Rafael Silva. Cuando tenía 4 años, le preguntaban qué quería ser en la vida y su respuesta era inmediata: cantante y compositor.
Instalada en la capital, su madre lo recogió y lo internó en el colegio San Luis Gonzaga, de Facatativá, donde tuvo su primer contacto con un instrumento, que no fue la guitarra ni el tiple, con los que triunfó en la vida, sino el acordeón. El rector del colegio, Ceferino Rey, le prestaba la oficina de la rectoría para que ensayara. Y perdió el año.
Se fue a estudiar en Soacha, en el Simón Bolívar, sin música. Pero luego de dos años, ingresó al colegio Jesús María Carrasquilla, en el centro de Bogotá, donde recuperó su pasión. Y luego al Francisco Antonio Zea, a repetir otro año perdido, y allí se graduó de bachiller.
En la capital conoció a Henry Faccini, músico de cuerda con quien montó su primer grupo: Silva y Faccini. Silva era primera voz y guitarra, mientras Faccini, tiple y segunda voz.
Viajó a El Espinal, donde tenía tíos y cuñados arroceros y ganaderos. Al terminar las fiestas, sus amigos y parientes le dieron la oportunidad de incursionar en la agricultura, pero en el fondo la idea era tener un músico de cabecera para las parrandas, como siempre lo hizo en toda la vida: amigos y música, antes que dinero. En medio de esa farra espinaluna conoció a su compañero de historia, Álvaro Villalba, quien cantaba música llanera. Así nació el glorioso dueto Silva y Villalba.
Se casó con Teresita Orjuela, hija de Braulio, quién hacía parte de la complicidad regional musical hacia Rodrigo. Luego de Teresita, llegaron a su vida Alba Nelly y después, Piedad. Ya separado, se unió a Consuelo. Los últimos 25 años los vivió con Carolina del Río, su acompañante incondicional, con quien tiene un niño de 15 años, pues una niña murió tempranamente. Además de Rodrigo Eduardo y María Alejandra, hijos de Consuelo, y Rodrigo Jr., con Teresita.
Silva y Villalba se dieron a conocer en todo el país por el concurso La Orquídea de Plata Phillips, que se transmitía por la emisora Nuevo Mundo, de Bogotá. Pero no porque ganaran, sino porque llegaron a la final y no alcanzaron el primer puesto. La protesta fue general y el gran Jorge Villamil, quién alternaba la medicina con la composición, decidió que Silva y Villalba debían interpretar muchas de sus canciones, como hasta ese momento lo hacían Emeterio y Felipe, Los Tolimenses.
Entre copa y copa, la interpretación de ‘Oropel’, ‘Al sur’ y ‘Soñar contigo’ encantó a Villamil. Un gran sancocho con guitarras y tiples, en Girardot, fue testigo de ese pacto para la historia.
La misma casa disquera Phillips, de renombre en esa época, tuvo la visión de meterlos en su portafolio. Y Silva se lució con una de sus canciones más famosas, ‘Viejo Tolima’: “La compuse para una finca que tenían unos tíos míos en el Huila –decía Silva–, y que la tuvieron que abandonar porque la chusma los tenía amenazados”.
Hoy, muchas de las fincas y hogares del Tolima grande recuerdan sus versos, con la partida de Silva: “Que triste quedó mi rancho y abandonado…”.
El dueto cautivó también a José A. Morales, quién les entregó de primera una de sus más bellas composiciones: ‘Pescador, lucero y río’: “Cuentan que hubo un pescador barquero/que pescaba de noche, en el río”.
¡Quién lo creyera! El primer gran disco de Silva y Villalba, con doce temas, compitió con la música de diciembre en 1969. Eran 12 canciones: ‘Viejo Tolima’, ‘Al sur’, ‘Oropel’, ‘Pescador, lucero y río’, ‘Soñar contigo’, ‘El caracolí’, ‘Sangre en el río’, ‘El canalete’, ‘Dulce Coyaima Indiana’, ‘Adiós morena’, ‘Llano grande’ y ‘Tolima grande’.
Vinieron otros éxitos: ‘Los guaduales’, ‘Penas al viento’, ‘Ocasos’, ‘Mirando al Valle del Cauca’, ‘Paredes viejas’, ‘El boyacense’, ‘Acuérdate de mí’, ‘Las lavanderas’, ‘Pueblito viejo’, ‘Señora María Rosa’ y ‘Los cisnes’. Muchas de Villamil, de José A. Morales y del mismo Silva.
Cinco marcaron historia, cada una producto de la fantasía poético-musical: ‘La sombrerera’, ‘Llamarada’ y ‘El barcino’, de Jorge Villamil, así como ‘Se murió mi viejo’ y ‘Reclamo a Dios’ (por la tragedia de Armero), de Silva.
Cada una tiene su historia. Un día fueron sacados casi a la fuerza con destino a un sitio desconocido de la sabana de Bogotá, para celebrar el cumpleaños de un personaje con una serenata de una sola canción: ‘El barcino’.
Y luego, en Leticia, cantando en una gallera, un supuesto narco enamoró a una dama con la misma canción, pero cantada toda la noche por Silva y Villalba. Se cansaron de hacer el ‘muuuu’ y el ‘olé’ al torito bravo.
Una vez hizo una apuesta con el militar Ernesto Gilibert, al calor del San Pedro: “Si llega a general de la República le compongo una canción”. Dicho y hecho. La canción se llama ‘Hablemos del pasado’. Eran grandes amigos.
Su primer disco de oro por ventas llegó en 1970. Y luego vinieron nueve más, cinco de platino, infinidad de condecoraciones y homenajes aquí y en el exterior. La más importante, que Silva recordaba con gran orgullo, fue la consagración del dueto como Mariscales de la Hispanidad en Nueva York (1989), con desfile por la Quinta Avenida y transmisión en TV para millones de estadounidenses.
Esa distinción la recibieron grandes como Cantinflas, Julio Iglesias, Plácido Domingo, Toña la Negra y Pedro Vargas, entre otros. Así lo reseñó su amigo y novelista Carlos Orlando Pardo, en el libro ‘Protagonistas del Tolima, siglo XX’: “Rodrigo Silva ya pertenece a la inmortalidad”.
Vengo a hablar con Dios
A finales de 1999, aparecieron las primeras señales del cáncer en su boca, pero fueron desestimadas. Un año después murió su pequeña hija María Carolina en un accidente increíble, hecho que marcó la vida familiar y agudizó la enfermedad.
El cáncer siguió avanzando. Dos años después fue operado en la Fundación Santa Fe. El médico Antonio Hakim dirigió la operación en compañía de Raúl Sastre y Antonio Gómez, directores de la clínica.
“En las manos de Dios y en las de ustedes están mi vida, mi música y mi canto. Doctor Hakim, por favor trate de salvar mi paladar”, dijo Silva antes de ingresar a la sala de cirugía. Seis días después, despertó. “Milagro divino”, cuenta Silva en el libro ‘Vida y obra de Silva y Villalba’, con el que celebró 40 años de vida artística.
Homenajes en Bogotá, Ibagué, Neiva, Medellín y Eje Cafetero. Lleno total en los teatros Colón y Jorge Eliécer Gaitán de Bogotá. Una cadena de oración se dio en Boston, Chicago, Nueva York Miami, Nueva Jersey, Canadá y varios países de Latinoamérica, en donde actuó el dueto.
Siguieron las jornadas y los duros compromisos, pero en los últimos tres años, su salud empeoró. Hasta esta primera semana del 2018.
Quienes conocimos y admiramos a Rodrigo, sabemos que su misión no termina con su partida. Lo prometió cuando visitó las ruinas de Armero y compuso ‘Reclamo a Dios’: “Vengo de recorrer el sufrimiento, vengo de sentir el dolor, vengo de compartir triste lamento, vengo desde muy lejos y vengo a hablar con Dios. Perdón, Señor, si me pregunto dónde estabas aquella noche que volteaste la mirada. No quisiste mirar hacia mi pueblo, se lo llevó el dolor y el sufrimiento… triste lamento… ¿Señor, en dónde estabas?”.
Colombia y su tierra lo añorarán, con el sentimiento que él puso en su canción ‘Viejo Tolima’: “Cómo añoro y recuerdo al viejo Tolima, cómo con mi morena podía vivir, hasta que una tarde de crudo invierno, tuve que con mi negra salir de allí. Me quitaron el rancho, con las vaquitas, que aunque eran tan poquitas, eran de mí. Cómo te extraño entonces, viejo Tolima, cómo quisiera ahora volver allí”.
Fuente: El Tiempo