El embajador de Colombia en Estados Unidos mandó una carta de protesta a HBO porque John Oliver hizo un comentario sobre nosotros en el programa ‘Last Week Tonight’. Y supongo que era lo que tenía que hacer de acuerdo con el cargo que ocupa, pero siento que su reacción nos dejó peor parados que el propio comentario del comediante británico.
Oliver hablaba de Venezuela, y en un momento dijo que era el país más corrupto de América Latina. Hasta ahí, todo bien (para nosotros), porque luego agregó: “Y recuerden que en Latinoamérica está Colombia, un país en donde la única ley de financiación de campañas es ‘por favor, reporte todos los sobornos mayores a diez kilos de cocaína’ ”. El punto es que haber saltado porque en un programa de media hora dedicado a Venezuela hayamos figurado en un comentario de diez segundos nos deja como lo que somos: un país del tercer mundo.
Algo similar había pasado diecisiete años antes, cuando David Letterman hizo un chiste que relacionaba los reinados de belleza en Colombia con la droga, y la reina de ese momento, Andrea Nocetti, reclamó, al punto de que fue invitada a su programa para limpiar la imagen del país. Buena intención, pero terminó ensuciándola más cuando se le ocurrió cantar en vivo y a capela Noches de Cartagena’, en lo que debe ser la peor defensa que se le ha hecho a Colombia desde que Pablo Morillo nos reconquistó. Casi dos décadas, y nada ha cambiado: seguimos siendo un país corrupto y narcotraficante y nos indignamos cuando alguien nos lo recuerda.
Haber saltado porque en un programa de media hora dedicado a Venezuela hayamos figurado en un comentario de diez segundos nos deja como lo que somos: un país del tercer mundo.
Y duele no solo que nos digan la verdad, sino que los chistes vengan de Estados Unidos, en donde consumen lo que producimos (pero nos culpan a nosotros) y también porque no tenemos sentido del humor, aunque pensemos que sí. Usted se pone a hablar con sus amigos en una reunión y se desternilla de la risa, se puede quedar hasta el amanecer oyendo historias, pero algo pasa cuando hay que poner el humor en algún tipo de formato para producir y vender. Mejor dicho, materia prima hay, fallamos es en la producción en masa. Crecimos con Sábados felices y Jeringa, debatiéndonos entre el humor blanco y los chistes verdes, creyendo que por ahí era el camino. Luego llegaron Andrés López, Alejandra Azcárate y Los comediantes de la noche, o sea, más de lo mismo, pero en distinto formato.
Acá vivimos sintiendo respeto por una cantidad de cosas que ni idea de por qué, y andamos con el reglamento en el bolsillo, listos para decir de qué se pueden hacer chistes y de qué no. Y es al contrario, el humor se trata de que nada es sagrado y todo es susceptible de burla. Que no nos cause placer ser el burlado es otra cosa. El humor es sinónimo de inteligencia, y los colombianos del promedio no somos inteligentes; somos imaginativos, que es otra cosa.
Lo bueno de todo este asunto es que la queja vino del lado oficial, no de los ciudadanos, lo que podría indicar que estamos mejorando en eso de los chistes. El humor de Oliver es muy fino y no tiene nada contra Colombia, fuimos solo una excusa para sacar un apunte gracioso. Igual, todavía nos falta. Un tipo como Bill Hicks no habría podido surgir acá, y alguien superior como Diego Capusotto no habría durado un capítulo al aire en televisión ni media hora en Twitter; al primer sketch burlándose de los gais o de la Iglesia, lo habríamos acribillado. Y no solo es que personas así de brillantes no puedan triunfar acá, es que la tierra no las da; y cuando sí, las matamos, como a Jaime Garzón.
¿Ofendidos porque un tipo dijo que acá se sobornaba con diez kilos de cocaína? Antes se quedó corto, ese señor no ha visto nada de las barbaridades que ocurren acá. Habría que contarle lo que está pasando ahora en Hidroituango, apenas un episodio más de la constante parodia en que vivimos, a ver si en lugar de diez segundos nos dedica un capítulo entero.
ADOLFO ZABLEH DURÁN
FUENTE: ELTIEMPO.COM