Esta ha sido una campaña memorable por la intensidad del debate, y la diversidad de las propuestas.
Quiero detenerme un momento para decirles a los aspirantes a la presidencia —y no solo a los cinco que van a esta primera vuelta, sino a la veintena que se lanzaron a finales del año pasado— que tienen mi admiración y respeto. Al cabo de más de medio siglo de guerra, y debilitada como sigue por la plaga del narcotráfico en sus varias reencarnaciones, Colombia continúa produciendo mujeres y hombres, muchos de ellos competentes y honestos, que le apuestan con todo al proceso democrático.
Esta ha sido una campaña memorable por la intensidad del debate, la diversidad de las propuestas y también por la pasión con la que los y las candidatas a presidente y vicepresidente han guerreado en foros públicos y encuentros ciudadanos en todos los barrios, las plazas, las universidades, los coliseos, los parques, los almorzaderos, las canchas de fútbol, los centros comunitarios y las tiendas de la esquina de todo el país. Presenciar esa vitalidad en la controversia política, cuando por fin el tema ya no es cuántos muertos dejó el último ataque guerrillero, es histórico.
Creo que el entusiasmo alrededor de las elecciones también es extraordinario. Yo disfruté los debates presidenciales, y casi tanto como eso me encantó seguir en vivo las reacciones de los tuiteros que comentaban las propuestas de los aspirantes y su capacidad oratoria con el mismo ardor con que se comenta un penal bien cobrado en un partido de final de copa. Con toda la desconfianza que me producen las redes sociales por su probada vulnerabilidad a la manipulación, ha sido refrescante ver a tantos colombianos pendientes de la contienda política y defendiendo su voto, porque saben que cada voto cuenta.
Mi voto, naturalmente, solo puede ir para una fórmula presidencial, y me he inclinado por la que conforman Sergio Fajardo y Claudia López. Sin hacerle juego al miedo ni recurrir al populismo de derecha o de izquierda, ambos han adelantado una campaña aguerrida en la defensa de sus ideas pero consistente en su énfasis en el civismo, la inclusión y la moderación, aun en los momentos más acalorados. No han sido los únicos en comportarse con gran altura y equilibrio en esta campaña. Humberto de la Calle, ese otro colombiano admirable cuyo papel protagónico en el proceso de paz le pasó la cuenta de cobro en este ciclo electoral, ha mostrado con creces que también practica lo que predica. Sin embargo, me inclino por Sergio Fajardo y Claudia López porque me convence la suma de su trayectoria y experiencia administrativa y legislativa. Y porque representan una coalición amplia en la que caben colombianos de muchos matices y muchas regiones.
A Fajardo le han criticado su moderación. Y es que en épocas de polarización es difícil imponerse a la narrativa tremendista según la cual el país está en una bancarrota no solo económica, sino también moral, de la cual solo medidas extremas y mandatarios extremos lo pueden sacar. Pero moderación es lo que necesita el país: cambiar el poder de la fuerza por el poder de la decencia y tratar de cerrar las heridas que están abiertas, en lugar de profundizarlas y de abrir otras. Colombia también necesita defender el acuerdo de paz y tomar las riendas de su implementación desde una perspectiva de reconciliación y construcción de una nueva historia, con justicia pero sin espíritu de venganza.
Esa propuesta de gobernar con el ciudadano como protagonista, y no apenas como peón en el ajedrez caudillista, es la que nos están haciendo Sergio Fajardo y Claudia López. Y merece ser respaldada. Es una invitación a demostrarnos a nosotros mismos, y también al resto del mundo, que no somos más el país de la violencia y el extremismo, sino el del diálogo, la tolerancia y la diversidad.
ADRIANA LA ROTTA
FUENTE: ELTIEMPO.COM