Es un lugar común, entre los analistas del Conflicto Armado Interno y las personalidades políticas que han servido como negociadores, que el ELN es un grupo fuertemente ideologizado y poco pragmático. Es recurrente escuchar que su modelo organizativo implica una debilidad real en el cumplimiento de los acuerdos y orientaciones para toda la organización, y que su relación estrecha con las comunidades hace difícil separar las acciones violentas contra la fuerza pública de sus mecanismos y dinámicas para acrecentar su poder regional vía las rentas extorsivas o las acciones de financiación como el secuestro. Un elemento nuevo surge en este contexto de lugares comunes: el ELN se ha venido involucrando cada vez más en actividades de narcotráfico en las regiones. Y, justamente con esas conexiones y recursos, ha logrado expandirse a áreas en las que no tenía presencia, así como ha recuperado territorios donde antes había sido desterrado. Ahora, con el cese el fuego pactado con el Gobierno Nacional, estas premisas sobre el ELN han sido utilizadas por los críticos del proceso para desacreditar un acuerdo tan importante. El cese el fuego es un avance en la humanización del conflicto armado con esta vieja guerrilla de primera generación. Un acuerdo como ese, que se puede monitorear y extender en el tiempo, al final podrá conducir al logro de la paz cierta con esta agrupación armada. Es necesario, pues, contrastar estas críticas para garantizar un análisis más tranquilo sobre este paso importante en la negociación que ha emprendido el gobierno Petro.
El ELN es una guerrilla de primera generación; es decir, surge en el marco del triunfo de la Revolución Cubana y bajo el influjo de los proyectos revolucionarios que se desarrollaban en América Latina a mediados de los años 60. Esta agrupación recoge la táctica de la guerra de guerrillas, inspirada en la teoría del Foco guerrillero (foquismo); la resistencia armada liberal que se había desarrollado en zonas de Santander; y el trabajo reivindicativo del movimiento estudiantil y el movimiento obrero petrolero de los años 70. A diferencia de las FARC-EP, y como resultado de algunos descalabros militares y organizativos, el ELN se desarrolla como una especie de federación de estructuras armadas construidas regionalmente, con una dirección colegiada y con la orientación ideológica de la Teología de la Liberación. Así, el ELN ha sido una organización guerrillera ideológicamente signada fuera del marxismo ortodoxo, con trabajos organizativos desde las poblaciones orientados a la captura del poder político local -lo que algunos han llamado clientelismo armado-, y con una estructura de mando flexible que hace que las decisiones sean tomadas por consenso y no por la orientación única de su Direccion Nacional. Las dinámicas armadas que genera una organización guerrillera de este tipo son muy disimiles en términos territoriales. En algunos casos, se dan alianzas y acciones armadas con actores legales e ilegales; en otros casos, estas mismas dinámicas pueden estar ausentes. Incluso, algunas formas de hostilidad frente al Estado o las poblaciones pueden variar de región a región. Por todo lo anterior, no debería menospreciarse que el Gobierno Nacional haya logrado un principio de acuerdo para desarrollar un cese el fuego de carácter nacional, limitado en el tiempo y con los mecanismos necesarios para su verificación.
Por supuesto que al acuerdo del cese el fuego se le pueden hacer críticas válidas, pero también se deberían observar sus ventajas en relación con el tipo de actor armado con el que se está tratando. El ELN siempre ha sido renuente a construir pactos con el Establecimiento, en atención a su visión hiperidelogizada del conflicto armado. En los procesos anteriores, ha sido esta guerrilla quien ha entorpecido el arribo a acuerdos. Esta será la primera vez que el ELN acepta, en una etapa tan temprana de la negociación, un principio de acuerdo de semejante calado. Además, la posibilidad de limitar en el tiempo el cese permitirá que con el avance de la negociación se pueda llegar a formas más estrictas de limitación de las hostilidades e incluso a mecanismos comprobables de dejación de las armas. En esta misma línea, el cese se puede ajustar regionalmente con los protocolos de verificación, y en la perspectiva de la continuidad y consolidación de la negociación, los acuerdos a los que se arriben serán más fáciles de implementar en los territorios con un ELN que ya ha transitado la experiencia de unificar la aceptación de los protocolos en el nivel nacional. Finalmente, haber dejado por fuera de los acuerdos los mecanismos de financiación de la guerrilla, como secuestros o extorsiones, garantiza que su ocurrencia no acabe con la negociación, sino que se puedan tramitar precisamente por los mecanismos de verificación. Esto blinda el proceso de las amenazas de un conflicto degradado y de las acechanzas de quienes quieren que la guerra acabe por arte de magia. De la misma manera, confronta a esa guerrilla frente a la impopularidad y el rechazo de esas acciones y sobre la violación de los Derechos Humanos que connotan estas prácticas. El Gobierno avanza con paso cierto hacia un acuerdo de paz con el ELN; pero el camino es largo, el actor armado renuente, ideologizado, fragmentado territorialmente, y con problemas de unidad y cohesión interna. La opinión pública debería entender la complejidad de la negociación y dar un compás de espera para que los acuerdos avancen. El cese el fuego nacional y bilateral, que apenas dio inicio este 3 de agosto y que se extiende hasta el 29 de enero de 2024, es apenas la cuota inicial de un largo proceso de acuerdo.
Por: Diana Morales R
Politóloga, Especialista en Políticas Públicas, Esp. En Economía, Esp. en Derecho Constitucional y Magíster en Estudios sobre Desarrollo, con énfasis en Seguridad, paz y desarrollo.