El vallecaucano Jesús ‘Chucho’ Pedroza y el araucano Gustavo Vásquez son dos los de los exponentes de dos estilos diferentes de joropo, que en el primer fin de semana de julio próximo tendrá su máximo evento en Villavicencio.
El vallecaucano que representa la danza tradicional llanera
En una casa del barrio Marsella de Villavicencio funciona la más antigua academia de baile de joropo, fundada a mediados de los 70 por Jesús Pedroza, quien hoy, más de 40 años después, sigue siendo su director y es considerado uno de los máximos exponentes de esta danza tradicional.
Pero Chucho, como es conocido en la capital del Meta, no es ni llanero ni bailaba joropo cuando llegó a esas tierras del piedemonte de la cordillera Oriental. Alguna idea tenía, pero nada más.
Él nació en Zarzal, en el norte del Valle del Cauca, y se hizo bailarín de danzas por casualidad. Un día, cuando caminaba por el barrio Lleras Camargo, en las laderas de la montaña sobre la que se levantó Siloé, le llamó la atención la música que sonaba en una casa y se acercó a fisgonear por la ventana.
Allí lo vio la instructora Mary Luz Tenorio, quien se le acercó y luego le preguntó: “Oís, ¿vos sabes bailar?”. Y el joven, que apenas superaba los 20 años, le respondió entre los dientes: “No”. Ante lo cual la profesora le replicó con otra pregunta que el zarzaleño no pudo evadir: “¿Y te gustaría aprender?”. Desde ese momento, Jesús no ha parado de bailar.
Pero, poco después, la mujer conoció a un estadounidense, se casó y salió del país, no sin antes dejarle a su alumno más avezado el grupo Acuarelas, que luego se llamó Aires de Colombia, nombre que después le dio a su grupo en la Puerta del Llano.
Su destreza en las danzas le dio el ingreso al Instituto de Cultura Popular de Cali, y de allí lo llevarían como instructor de escuelas en municipios del Valle y Cauca y a presentarse en varias ciudades colombianas y ecuatorianas. Precisamente, en un concurso en Medellín vio bailar joropo por primera vez y, como si fuera una premonición, quedó cautivado.
Era agosto de 1975 cuando Jesús Pedroza arribó a Villavicencio con la ilusión de continuar su carrera de bailador en una tierra desconocida y en la que su esposa, Esperanza Cabal, temía que la picaran las culebras y contagiarse de fiebre amarilla.
La Caja de Compensación Familiar del Meta estaba necesitando un instructor, y, a través de una agrupación en Caloto, donde era maestro de danzas los sábados y los domingos, Jesús fue contactado. Y tuvo, como dice hoy, el boleto sin regreso.
“Yo sabía la música llanera que me habían enseñado en Cali. La marcación es la misma: pan, pan… pan, pan, los dos golpes, y se marcaba hacia los lados, pero acá se marca el golpe hacia atrás”, recuerda Jesús. Entonces conoció a un bailador llamado Hugo Mantilla y le pidió que le enseñara el joropo criollo, que es de movimientos suaves y elegantes y sin grandes saltos.
Pero este inquieto vallecaucano, con el santandereano Honorato Infante, otro histórico del baile del joropo, empezó a investigar sobre la danza llanera y sus orígenes. Encontró que fueron los vaqueros que recogían ganado y lo trasladaban a pie por las sabanas hasta la capital del Meta quienes, al son de los acordes de una guitarra y al calor de unos tragos, la bailaban durante las paradas que hacían para descansar de las largas jornadas.
Yo sabía la música llanera que me habían enseñado en Cali. La marcación es la misma: pan, pan… pan, pan, los dos golpes, y se marcaba hacia los lados, pero acá se marca el golpe hacia atrás
Además, descubrió que había otras derivaciones del joropo: el araguato, las bambas y las vacas. Fue ahí cuando Jesús, que ya era conocido como Chucho, preocupado porque cada pareja bailaba por su lado, sin coreografía, se lanzó a unificar los movimientos.
“Si uno zapateaba, todos zapateaban a la vez; si uno daba la vuelta, todos la daban a la vez. Me dieron leña cuando salí con el joropo coreográfico, pero vea ahora las grandes coreografías que hay”, señala este maestro del joropo tradicional que a sus 77 años ha enseñado a miles a bailar la danza llanera y sigue formando bailadores, entre los que se cuentan muchos que ahora proponen una modalidad más rápida, con vistosos zapateos y vestidos llamativos, que denominan joropo de academia o de espectáculo, un estilo que ha encontrado espacio en los escenarios culturales y festivales, como el famoso joropódromo –este año se celebrará el 1.° de julio–, máximo certamen del baile del joropo y para el que las escuelas y academias en los Llanos se preparan durante casi todo el año.
Y aunque sus cuatro hijos también fueron alumnos suyos, ellos finalmente tomaron caminos diferentes. La única de la familia que le sigue los pasos al maestro Chucho Pedroza es su nieta Carol Yulieth, de 24 años y quien aprendió a caminar entre los aprendices que cada semana frecuentaban la academia de su abuelo. Esta joven, como otros de su edad, insiste en seguir apegada al joropo tradicional, así este no cause la misma emoción entre el público.
En los planes que Gustavo Vásquez tenía para el futuro estaba ser veterinario, y se preparó durante la niñez y la juventud para eso en la finca de su padre. Allí montaba a caballo, realizaba el encierro de becerros y ordeñaba. Pero la vida lo tenía destinado para otra cosa.
Este tameño es hoy uno de los gestores de un estilo de danza llamado joropo de academia o de espectáculo, que ha ganado adeptos en los Llanos Orientales. Es muy rápido, vistoso y tiene sorprendentes coreografías de zapateo, lo que lo hace atractivo para el público.
Gustavín, como lo conocen los bailadores para diferenciarlo de su padre, que tiene el mismo nombre, se inició en esta danza luego de que Gustavo padre fue nombrado director de la Casa de la Cultura de Tame, en Arauca.
Aprovechó que a la escuela de danza del municipio había llegado el reconocido instructor Elvis Jiménez, quien tuvo paciencia para enseñarle. En principio era más un reto que una opción de vida.
Durante cuatro meses, el joven Gustavo se dedicó día y noche a aprender los pasos, sin descuidar sus responsabilidades en la finca. Al final, como es tradición en el pueblo con quienes se inician en el joropo, lo bautizaron “con la bendición de un sacerdote, y con padrino y madrina”.
Pero fue en el 2001, durante el primer joropódromo de Villavicencio, cuando se dio cuenta de que todavía tenía mucho por aprender y mejorar. Entonces, con los otros bailarines del pueblo, decidió llevar videos de grupos tradicionales.
“Coincidimos en que es un baile de pareja, en que marcábamos igual en ciertas figuras que eran parecidas, pero la terminación del zapateo de ellos era con mayor técnica y suave; nosotros lo hacíamos más brusco, fuerte”, recuerda el bailador profesional que ha ganado en muchos encuentros nacionales e internacionales de grupos de danza llanera.
Su carrera comenzaría poco después, en agosto, cuando en su pueblo decidieron realizar una competencia para escoger a quienes los iban representar en las fiestas locales. Se preparó con la dedicación que siempre le han conocido, sin descuidar el compromiso con su padre, que también es un artista, pero en ese momento no le veía madera a su hijo como folclorista. Gustavo había intentado aprender a tocar instrumentos llaneros, pero eso no era lo suyo.
Y fue tal su suerte que aunque el día de la selección no tuvo tiempo de vestirse con el liquiliqui, el traje para la presentación, y llegó oliendo a ganado –estaba encerrando becerros–, los otros bailadores declinaron y decidieron que el mejor para representarlos era Gustavo. Participó en el concurso y logró un honroso segundo lugar.
A los pocos meses asistió a Los reyes del Joropo, que se realizaba en Arauca y en Guasdualito, en el estado venezolano de Apure, y ganó, con lo que se demostró a sí mismo, y a su padre, que podía ser un buen bailarín. De ahí en adelante no dejó de participar en torneos y de enfrentarse a reputados artistas.
El joropo de academia es una evolución de la danza tradicional y que se conecta más con el público. Ese cambio fluyó en el momento en que la música llanera incorporaba cosas del jazz
Sus éxitos lo convirtieron en uno de los exponentes de este baile en los Llanos y lo llevaron a la capital del Meta, en donde vive hace varios años. Llegó como instructor de la Casa de la Cultura de Restrepo y luego se trasladó a Villavicencio.
Su reconocimiento alcanzó tal punto que empezaron a buscarlo en el apartamento que tenía en el centro de la ciudad, que parecía más una academia, hasta cuando creó su propia escuela: Cabrestero, como el grupo en cual se inició en Tame.
En la capital del Meta ya tiene tres sedes, y piensa abrir dos más en zonas vulnerables porque así, dice, puede ayudar a muchos jóvenes para que no terminen en malos pasos. También tiene sedes en Acacías, San Martín, Granada y Puerto Rico, en el Meta, y en Sogamoso, en Boyacá.
Siempre ha defendido el joropo de academia que, en su opinión, es una evolución de la danza tradicional y se conecta más con el público. Explica que ese estilo ha adoptado elementos de la salsa caleña. “Ese cambio fluyó en el momento en que la música llanera incorporaba cosas del jazz”, recuerda Gustavo, que dice que ese estilo nació en la ciudad de Arauca y responde “a la necesidad de marcar una pauta, de darle otra proyección a la danza llanera”.
Con todo y eso, este tameño que ya completó 18 años de vida artística volteó en los últimos años su mirada al joropo tradicional: “Con esta barriguita y este físico no puedo seguir bailando a ese ritmo”. Y explica que el estilo que aprendió en su juventud no solo exige conocer los pasos básicos, marcar los cambios de ritmo y zapatear fuerte, sino, también, tener un “muy buen estado físico, ser un atleta”.
Tomado de EL TIEMPO