Adivinando un poco las reacciones encontradas que puede llegar a generar el título de esta columna, quisiera empezar por aclarar que aquí se apunta a controvertir dos imposturas que han terminado por deformar el concepto de economía capitalista. En primer lugar, el capitalismo no se reduce a las prácticas de consumo, aclarando que si bien en las dinámicas del mercado tener libertad para comprar y vender es importante, esto por si mismo no es constitutivo de una estructura productiva en la cual el capital predomine como factor de producción. De igual manera, hay que controvertir a quienes consideran que todo lo malo que se presenta en el mundo es una consecuencia directa del mercado, pues si bien es cierto que en no pocas ocasiones las relaciones económicas deben ser reguladas y hasta deben desligarse del afán de lucro, también lo es que el extremo de la planificación centralizada por el Estado se ha develado desastroso.
La evidencia histórica nos ha demostrado que la respuesta se halla en un punto intermedio: una vocación productiva orientada por el mercado -principalmente el internacional-, con una participación directa de los gobiernos, encargados de definir las actividades y los sectores estratégicos. Resumiendo, la respuesta es una política industrial activa.
Así, cuando se afirma que en Arauca -y en Colombia podríamos añadir-, es necesario promover una economía verdaderamente capitalista, lo que se quiere decir es que las intervenciones de política económica deben privilegiar a los sectores intensivos en capital, es decir, los industriales, pues estos, tal como nos lo recuerda Eduardo Sarmiento Palacio (2020), presentan la “mayor capacidad de arrastre y complementación con el sistema económico” (Pág. 16). Aunque para muchas personas lo anterior resulta algo muy evidente, en el marco de la economía como disciplina del saber, es considerado una herejía que refuta directamente el paradigma del comercio internacional sustentado sobre el principio de la ventaja comparativa.
Para no perder el tiempo en discusiones que en muchas ocasiones resultan demasiado enmarañadas, es posible resumir todo el asunto diciendo lo siguiente: la industria, es el sector con mayor impacto en el crecimiento económico de un país. Los ejemplos de los denominados tigres asiáticos (Corea del Sur, Hong Kong, Singapur y Taiwán) de mediados del siglo XX, o de China en los últimos 40 años, han dejado claro que cualquier territorio que apunte a mejorar sus niveles de desarrollo, debe favorecer el surgimiento de un sector industrial profundo y robusto.
Ahora bien, esta industrialización depende de la disponibilidad de capital. De aquí se desprende la principal crítica a la primera idea que denunciábamos en el párrafo introductorio, pues resulta que, la generación de capital deriva del ahorro y no del consumo, siendo la capacidad de promover y direccionar este ahorro, el factor determinante en la promoción de los sectores industriales. Sin embargo, esto no significa que la producción capitalista industrializada sea suficiente por si misma, requiriéndose, igualmente, medidas que permitan que las actividades educativas aplicadas a los procesos productivos, así como las ventas en el comercio internacional, crezcan a tasas muy superiores a las registradas por el Producto Interno Bruto.
En este orden de ideas, una política industrial debería considerar al menos los siguientes aspectos:
1. La promoción de un nivel de ahorro que exceda el 30% del PIB.
2. La constitución de un sistema tributario altamente progresivo, que facilite la generación y el direccionamiento del ahorro.
3. La articulación de la política fiscal con la política monetaria, de tal manera que se facilite la cobertura del déficit primario con emisión y no con ahorro.
4. La priorización de sectores industriales específicos, capaces de articular una gran parte de las actividades productivas que se adelantan en el territorio.
5. Una política de protección arancelaria para los sectores industriales priorizados.
6. Una política educativa con un énfasis predictivo, bajo el cual se apunte a reducir la curva de aprendizaje en los sectores industriales priorizados.
7. Estímulos adicionales para las empresas de los sectores priorizados con vocación exportadora.
Es claro, de acuerdo con estos numerales, que gran parte de la responsabilidad de implementar una política industrial, recae sobre el gobierno central. Sin embargo, los gobiernos territoriales tienen también un papel esencial en estas dinámicas de industrialización.
En primer lugar, le corresponde a los territorios definir sus vocaciones productivas e identificar los sectores industriales a priorizar. En este orden de ideas, en un departamento como Arauca, tal como insistíamos en una columna anterior (Ver: En Arauca debemos revaluar nuestras apuestas productivas o «clústers»), es necesario trascender de las denominaciones sectoriales tradicionales. El reto es, articular las protuberantes condiciones naturales, con procesos productivas intensivos en capital. Para poner ejemplos concretos, en Arauca hay que trascender de las cadenas productivas del cacao, el plátano, la carne y la leche, para darle paso a otras denominaciones: producción de carnes maduradas, de leche ultra-pasteurizada, de cosméticos a base de derivados de cacao, de alimentos procesados a partir del plátano, por mencionar solo algunas.
Materializar estas nuevas apuestas, requiere de procesos de articulación entre el sector público y el privado. Los gobiernos territoriales deben ayudar a apalancar las inversiones en capital fijo que se requieren, pero así mismo, las entidades financieras orientadas a promover el desarrollo del territorio y las agremiaciones, deben aportar recursos y capacidades que ayuden a la consolidación de los nuevos sectores. No es un proceso sencillo, la priorización de sectores especializados, muy probablemente no integrará todos los intereses y las necesidades existentes, generando la sensación de exclusión en algunos productores y sectores económicos.
Otra área de intervención esencial es la educativa. Los gobiernos territoriales deben propiciar el surgimiento de un ecosistema educativo en los niveles técnico, tecnológico, profesional y pos-gradual. Pero el reto aquí es muy concreto: la oferta educativa debe estar en consonancia con las necesidades actuales del sistema productivo, en los procesos de planificación territorial es necesario advertir y sugerir las necesidades educativas del territorio a 5, 10, 15 y 20 años. La especialización industrial de la economía, debe venir de la mano de la adaptabilidad de la educación.
Por último, es importante que en el territorio se lleve un registro minucioso de las empresas pertenecientes a los sectores industriales priorizados con vocación exportadora, esto, con el objetivo de apalancar, mediante subsidios, su actividad productiva. El comercio internacional es un instrumento eficaz para promover el crecimiento y el desarrollo económico, por lo que la mejora de los términos de intercambio con otros países, debe ser una prioridad de los gobiernos a todos los niveles. Se ha comprobado, fehacientemente, que los estímulos directos a las empresas exportadores tienen un gran impacto en la consecución de este objetivo.
Implementar estas medidas o políticas, requiere, como lo decíamos al inicio de esta columna, que se entienda la verdadera connotación del capital como factor productivo. Por capital aquí no nos referimos al dinero en efectivo o los bienes de consumo, sino a las fábricas, las maquinas, los equipos, los software especializados, los vehículos acondicionados, y un largo etcétera. Apuntamos aquí, a recalcar que, la riqueza de un pueblo o una nación no se mide en términos de lo que puede consumir, sino por lo que es capaz de producir, y que la historia nos ha demostrado hasta el cansancio que, no hay modelo más eficiente para promover la productividad que el capitalismo bien entendido.
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